Los atributos invisibles



Para ser un buen estratega hay que saber muy bien que los territorios y las fronteras son meramente la expresión de una situación de poder transitoria. En consecuencia, sólo hay una certidumbre: la lucha permanente. ¿Cómo? Haciendo que nuestros propios “asuntos internos” estén más allá de nuestras propias fronteras.

¿Qué quiere decir esto? Muy sencillo: que nuestros propios trabajos, nuestros conocimientos, cobran sentido si salen hacia fuera, si fluyen hacia el exterior. Para ello no hay que descuidar los atributos invisibles que nos concede Allah; de lo contrario, irán ganando terreno las pasiones más bajas.

¿Cuáles son estos atributos invisibles que nos concede Allah ? Son los siguientes:

1.- Voluntad (que corresponde a “alta ambición”).
2.- Conocimiento (que corresponde a “alta visión”).
3.-Poder (que corresponde a “trabajo en el camino de Allah” — trabajo“fisabilillah”).

Con estos atributos podemos crecer interior y exteriormente. En consecuencia, se trata de ejercer el “espacio vital”. ¿Qué significa esto? La expresión “espacio vital” se basa en la teoría de que “un gran espacio mantiene la vida”. Porque el espacio “es” la fuerza política y no meramente un vehículo de fuerzas políticas.

En este contexto, la actitud de un pueblo o comunidad con respecto al espacio es la piedra de toque de su capacidad para la supervivencia. Y eso es lo que hizo el Profeta Muhammad (s.a.w.s.) con sus compañeros y la primera comunidad de Medina Almunawara. Siempre que la vida se hacía imposible por los insultos, las humillaciones, que padecían los primeros musulmanes; siempre que el aire se enrarecía, como ocurrió en Meca, el Profeta Muhammad (s.a.w.s.) ordenaba que se fueran, que emigraran donde pudieran respirar. Porque la decadencia de un pueblo o comunidad es el resultado de una declinante conciencia de espacio. Y esto no ocurrió, afortunadamente. De hecho, puede decirse que el auge del Islam comenzó gracias a dos hombres que huían refugiados en una cueva.

Por tanto, la receta a tener en cuenta siempre es: más espacio, a fin de conquistar todavía más espacio. Espacio para respirar.

Y, ¿cómo se consigue espacio? No hay otra manera: valorando al otro para que las emociones dejen de paralizar el diálogo. De lo contrario, la realidad se vuelve dramática, y las instigaciones susurradas, chistadas, desde las sombras, se vuelven el pan de cada día.

Hay que huir de un mundo de círculo cerrado que tiene una sola salida: la sombra en el corazón. Es un juego de pesadilla del que todos salen perdedores. Por consiguiente, la idea de seguridad colectiva sólo puede surgir si los intereses y la disposición a correr riesgos por parte de todos son paralelos. Porque lo que hacemos en este camino no es para medrar, “curricular” u obtener poder a costa de otros. Y esto no admite más interpretación que la que tiene.

La comunidad, pues, se concibe como un organismo geográfico o como un fenómeno en el espacio. Por lo tanto, no es posible concebir la política como algo estático y descriptivo; no es posible describir y explicar una condición, sino, todo lo contrario, estudiar la dinámica del cambio político del mundo, esto es, dar vida, aire, al espacio.

Siempre será poca la insistencia en el espacio que da vida, que nada tiene que ver con una posición de defensa de “el acontecimiento del pueblo” (o de la comunidad), porque esta posición siempre acaba en erupciones de populismo enardecidas por cualquier ideología, creando situaciones intolerables, envenenando las relaciones, estremeciendo amargamente a muchas personas, e introduciendo en escena, de vez en cuando, el estado de excepción. ¿Acaso no es semillero de purgas, barracones, deserciones, expulsiones?

Para ello (esto es, para encontrar espacio que dé vida), hemos de enfrentarnos, en primer lugar, al dilema de tener un compromiso abierto sin una salida clara, para que no siga desembocando más en todo tipo de demostraciones de impotencia. Y, en segundo lugar, hay que abandonar todas las premisas que acaben en el aprieto de verse atrapados entre partes intratables, poco dispuestas, y con más probabilidades de convertirse en rehenes que de contribuir a la conciliación.

No hay nada más patético que vivir con ese aire de provisionalidad descuidada, en un mundo de dejadez y primitivismo, donde el único diálogo vigente parece ser éste: “¿Por qué te agitas? ¿Qué quieres conseguir? ¡Sufre y calla!”.

Si no dejamos que existan las personas, sino sólo la causa, crecemos en un mundo pequeño, un mundo regido por una diáfana ley de exclusividad: o nosotros o ellos. Son las posturas extremas y definitivas. Basta con decir en un lugar inadecuado y entre gente inadecuada: “¡Hay un problema!” o “¡No hay ningún problema!”, para exponerse a ser apartado, no considerado, por unos o por otros.

Pero, ¿cómo hablar, entonces, de consideraciones conciliadoras con respecto a una cuestión tan cargada de emociones? Muy sencillo: encontrando otro espacio que mantenga la vida. Para ello, deben atajarse definitivamente los excesos de un gobierno desaforado que no atienda una y otra vez cualquier intento de interpretación sensata. No permitir que la censura, cuando no la crueldad, el chisme, campee por sus respetos entre la gente.

En definitiva, hay que romper la convergencia de esos dos grandes procesos a los que se somete a la comunidad, a saber: el tratamiento masivo de intoxicación del miedo, de la coacción, del chantaje emocional, y el viaje colectivo al mundo de la desinformación, o al menos, de la poca información y muy mediatizada.

No hay más salida que ésta: Espacio para respirar. Valoración del otro. Voluntad. Conocimiento. Poder. Alta ambición. Alta visión. Trabajo fi-sabili-l-lah.

En este orden, incluso los problemas económicos se resuelven por sí mismos con la expansión espacial. Expansión que llega si se pone un límite muy claro entre el dinero procedente de dádivas particulares (sadaqa) y el dinero privado, particular, sin que se mezclen nunca, porque eso es siempre fuente de múltiples conflictos.

Cuestión que queda resuelta si atendemos a este ayat del Sura Fatiha: maliki iaumid-din. El Din, el juicio, el ajuste de cuentas. Allah nos pedirá cuentas el Día del Levantamiento por el empleo que hayamos hecho con Sus atributos, los cuales nos prestó para que los utilizáramos correctamente. Porque ese día los fosfatos irán con los fosfatos, los sulfuros con los sulfuros, los carbonos con los carbonos. Pero, ¿y los atributos invisibles? ¿La Voluntad, el Conocimiento, el Poder? ¡Tenemos que ejercerlos! ¿Para qué? Por supuesto, no para medrar, curricular, u obtener poder a costa de otros, sino ¡para la mayor gloria de Allah!


Yasin Trigo

(Texto corregido de una alocución mía al pleno de la comunidad islámica de Granada, a modo de informe, tras el viaje que hice en coche a Zürich en junio 1995, en compañía de Abdes Salam Gutiérrez Fraguas y Abdel Hasib Castiñeira, invitados por Shayj Abdalqadir as-Sufi para tratar de poner luz sobre la oscura y turbia situación de la comunidad entonces. He obviado todos los datos referentes a las indicaciones que hizo Shayj Abdalqadir, por un lado, para reflotar el proyecto de la Mezquita de Granada —a la que le puso nombre: Masjid al-Muminim, la Mezquita de los Creyentes—, algo más que “ladrillos y cemento”; y, por otro, para clarificar la situación del proyecto de Medina que se estaba realizando en las afueras de Granada, y que él consideraba un “experimento socio-político y no una urbanización de chalets adosados”; un proyecto que nunca llegó a materializarse por parecer más bien una comuna anarquista con salat, residencia de indigentes y refugiados, que dio pie a una gran fractura interna en el seno de la comunidad, de la que todavía quedan evidentes secuelas.)

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